Este año, se cumplen 100 años del nacimiento del gran poeta alicantino Miguel Hernandez, uno de mis poetas favoritos. Hoy es día 28 de marzo, 68 años atrás moría nuestro gran poeta después de ser juzgado y condenado a muerte por razones políticas e ideológicas. Miguel Hernandez, fue sin
duda un claro defensor de la libertad y de los valores democráticos en la etapa más triste de España.
En honor a mi poeta, el poeta de Orihuela, os dejo abajo la elegía que le escribió su amigo y también poeta Vicente Aleixandre.
I
No lo sé. Fue sin música. Tus grandes ojos azules abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante, cielo de losa oscura, masa total que lenta desciende y te aboveda, cuerpo tú solo, inmenso, único hoy en la Tierra, que contigo apretado por los soles escapa. Tumba estelar que los espacios ruedas con solo él, con su cuerpo acabado. Tierra caliente que con sus solos huesos vuelas así, desdeñando a los hombres. ¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie; solo hoy su inmensa pesantez de sentido, Tierra, a tu giro por los astros amantes. Solo esa Luna que en la noche aún insiste contemplará la montaña de vida. Loca, amorosa, en tu seno le llevas, Tierra, oh Piedad, que sin mantos le ofreces. Oh soledad de los cielos. Las luces solo su cuerpo funeral hoy alumbran. |
II
No, ni una sola mirada de un hombre ponga su vidrio sobre el mármol celeste. No le toquéis. No podríais. El supo, solo él supo. Hombre tú, solo tú, padre todo de dolor. Carne sólo para amor. Vida solo por amor. Sí. Que los ríos apresuren su curso: que el agua se haga sangre: que la orilla su verdor acumule: que el empuje hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto, cuerpo noble de luz que te diste crujiendo con amor, como tierra, como roca, cual grito de fusión, como rayo repentino que a un pecho total único del vivir acertase. Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron ese caño de luz que a los hombres bañaba. Esa gloria rompiente, generosa que un día revelara a los hombres su destino; que habló como flor, como mar, como pluma, cual astro. Sí, esconded, esconded la cabeza. Ahora hundidla entre tierra, una tumba para el negro pensamiento cavaos, y morded entre tierra las manos, las uñas, los dedos con que todos ahogasteis su fragante vivir. |
III
Nadie gemirá nunca bastante. Tu hermoso corazón nacido para amar murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio.. ¡Ah! ¿Quién dijo que el hombre ama? ¿Quién hizo esperar un día amor sobre la tierra? ¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen? ¿ Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres? Tierra ligera, ¡vuela! Vuela tú sola y huye. Huye así de los hombres, despeñados, perdidos, ciegos restos del odio, catarata de cuerpos crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas. Huye. hermosa, lograda, por el celeste espacio con tu tesoro a solas. Su pesantez, al seno de tu vivir sidéreo da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre inmortales sostienes para la luz sin hombres. |
No me gustaría acabar esta actualización dedicada a la memoria de Miguel Hernandez sin poner un poema suyo, y como no podría ser de otra forma, elijo uno de mis favoritos, Elegía a Ramón Sijé, una poesía que me llega muy al fondo, por muchas razones y por muchos recuerdos.
ELEGIA A RAMÓN SIJÉ |
No perdono a la muerte enamorada,
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sé. Fue sin música. Tus grandes ojos azules abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante, cielo de losa oscura, masa total que lenta desciende y te aboveda, cuerpo tú solo, inmenso, único hoy en la Tierra, que contigo apretado por los soles escapa.
Tumba estelar que los espacios ruedas con solo él, con su cuerpo acabado. Tierra caliente que con sus solos huesos vuelas así, desdeñando a los hombres. ¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie; solo hoy su inmensa pesantez de sentido, Tierra, a tu giro por los astros amantes. Solo esa Luna que en la noche aún insiste contemplará la montaña de vida. Loca, amorosa, en tu seno le llevas, Tierra, oh Piedad, que sin mantos le ofreces. Oh soledad de los cielos. Las luces solo su cuerpo funeral hoy alumbran.
III Nadie gemirá nunca bastante. Tu hermoso corazón nacido para amar murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio.. ¡Ah! ¿Quién dijo que el hombre ama? ¿Quién hizo esperar un día amor sobre la tierra? ¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen? ¿ Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres? Tierra ligera, ¡vuela! Vuela tú sola y huye. Huye así de los hombres, despeñados, perdidos, ciegos restos del odio, catarata de cuerpos crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas. Huye. hermosa, lograda, por el celeste espacio con tu tesoro a solas. Su pesantez, al seno de tu vivir sidéreo da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre inmortales sostienes para la luz sin hombres. |
II No, ni una sola mirada de un hombre ponga su vidrio sobre el mármol celeste. No le toquéis. No podríais. El supo, solo él supo. Hombre tú, solo tú, padre todo de dolor. Carne sólo para amor. Vida solo por amor. Sí. Que los ríos apresuren su curso: que el agua se haga sangre: que la orilla su verdor acumule: que el empuje hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto, cuerpo noble de luz que te diste crujiendo con amor, como tierra, como roca, cual grito de fusión, como rayo repentino que a un pecho total único del vivir acertase.
Nadie, nadie. Ni un hombre. Esas manos apretaron día a día su garganta estelar. Sofocaron ese caño de luz que a los hombres bañaba. Esa gloria rompiente, generosa que un día revelara a los hombres su destino; que habló como flor, como mar, como pluma, cual astro. Sí, esconded, esconded la cabeza. Ahora hundidla entre tierra, una tumba para el negro pensamiento cavaos, y morded entre tierra las manos, las uñas, los dedos con que todos ahogasteis su fragante vivir. |